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Reyes magos

El intercambio espiritual entre Jesús y los reyes magos (sabios) de Oriente


Los grandes Maestros vienen con el propósito de preservar y restablecer no el dogma y las costumbres de conveniencia de la religión, sino los principios eternos de la verdad enunciados, de tiempo en tiempo, por los profetas conocedores de Dios. Así, la continuidad de la palabra de Dios a través de sus avatares quedó bellamente simbolizada por el intercambio espiritual que se produjo entre Jesús y los magos (sabios) de Oriente, procedentes de la India, que acudieron a honrarle con ocasión de su nacimiento.*
Las palabras del Evangelio no dan información específica acerca del origen de los magos (ni siquiera indican cuántos eran); las opiniones sobre cuál podría ser su tierra natal varían entre Babilonia, Arabia, Caldea o Persia — esta última posibilidad surge del hecho de que los sacerdotes zoroastristas de la religión persa eran conocidos como «magos»–. Sin embargo, en The Story of the Magi (La historia de los magos de Oriente) (Society of Saint Paul, Bombay, 1954), el sacerdote jesuita Henry Heras, director del Indian Historical Research Institute del Saint Xavier’s College (Bombay), presenta una extensa colección de datos históricos que sustentan la teoría de que los magos eran, en realidad, rishis hindúes de la India. (La obra del padre Heras goza de gran reputación; en 1981 fue honrado por el gobierno de la India con una estampilla postal conmemorativa por su sobresaliente contribución a la arqueología y la investigación histórica).
Según el padre Heras, en el Evangelio no se utiliza la palabra «mago» para identificar a los sabios de Oriente como sacerdotes zoroastristas, .
Mucho antes de la época de Cristo, la India había tenido relaciones comerciales con Palestina; la mayor parte del comercio producido entre Oriente y las civilizaciones del Mediterráneo (incluidas Egipto, Grecia y Roma) pasaba a través de Jerusalén, que era el extremo occidental de la antigua Ruta de la Seda y de otras importantes rutas de caravanas que se dirigían hacia China y la India. El comercio que tenía lugar entre Oriente y Occidente también se menciona en la Biblia (II Crónicas 9:21, 10), donde se registra que la ¨la flota de Tarsis¨ llevaba al rey Salomón «oro y plata, marfil, monos y pavos reales y madera de algummim (sándalo) y piedras preciosas» desde Ofir (Sopara, en la costa de Bombay). Además, los eruditos y la tradición cristiana concuerdan en que el cristianismo llegó a la costa occidental de la India poco tiempo después de la época de Jesús, según se cree, llevado en persona por medio de uno de los doce apóstoles de Cristo, Tomás, que pasó los últimos años de su vida en la India. El padre Heras cita un antiguo texto llamado el Opus Imperfectum in Mattheum, que «ubica la prédica del apóstol Santo Tomás en la tierra de los magos de Oriente.  Los antiguos escritores orientales sabían muy bien que la India era el territorio donde este apóstol desarrolló su ministerio.  Según escritos de San Jerónimo, Santo Tomás predicó el evangelio a los magos de Oriente y finalmente se durmió – es decir, murió – en la India».
El padre Heras señala: «Si, efectivamente, los magos eran rishis de la India, la tierra tradicional de la sabiduría, no debe sorprender que hubieran ofrendado oro, incienso y mirra al niño y a su madre, dado que éstos eran, precisamente, los presentes que desde los tiempos más remotos se ofrecían en la India a los padres de los recién nacidos. (….) La costumbre de ofrecer estos tres regalos a los padres de un recién nacido no existe actualmente en Persia; los eruditos tampoco reconocen que esa costumbre haya existido alguna vez en dicho país».
Tradiciones centenarias de la propia India hacen referencia a que los sabios provenían de esa tierra. Fernao do Queyroz, sacerdote jesuita portugués del siglo XVII que vivió en Goa (colonia portuguesa situada en la costa oeste de la India), citó la obra de historiadores anteriores (Manuel dos Anjos y Jerónimo Osorios, ambos del siglo XVI), quienes escribieron que cuando el famoso explorador portugués Vasco de Gama llegó a la India en mayo de 1498, encontró en Calicut, en la costa occidental un templo hindú dedicado a la Virgen María. De acuerdo con estos historiadores portugueses, da Gama tuvo conocimiento de que las crónicas del Reino de Malabar relataban que el templo había sido fundado por Chery Perimale, un antiguo emperador de malabar que también fundó la ciudad de Calicut. Se le informó a da Gama de que Perimale -era un brahmín, de los más sabios de la India, y uno de los tres magos de Oriente que habían ido a Belén- a adorar al niño Jesús; cuando regresó a Calicut, hizo erigir el templo.
Otro relato se encuentra en los escritos de Joao De Barros, historiador portugués del siglo XVI, que hace mención a la tradición malabar acerca de que un rey procedente del sur de la India, llamado «Pirimal», había ido a Mascate y desde allí, junto con otros, a Belén para adorar al niño Jesús. (Nota del Editor)…
Así como los profetas del Antiguo Testamento predijeron la venida de un Cristo que nacería en Belén, los sabios con los cuales la vida y la misión de Cristo iban a estar relacionadas conocieron con antelación este importante acontecimiento en el que Dios extendió su mano para auxiliar a los hombres……

Así como los profetas del Antiguo Testamento predijeron la venida de un Cristo que nacería en Belén, los sabios con los cuales la vida y la misión de Cristo iban a estar relacionadas conocieron con antelación este importante acontecimiento en el que Dios extendió su mano para auxiliar a los hombres.  A menudo, los avatares eligen que su nacimiento se produzca cuando son auspiciosas las configuraciones astronómicas y astrológicas de los cuerpos celestes — todos los cuales emiten sus propias vibraciones características que interactúan entre sí para producir efectos beneficiosos o perjudiciales –. Estos signos de los astros pueden ser leídos por los hombres de Dios mediante la visión espiritual, aunque a ese grado de percepción no pueden aproximarse, ni remotamente, las intrincadas cartas que procuran elaborar los modernos hacedores de horóscopos. Cualquiera que fuese la estrella del cielo que pudiera haberles indicado a los sabios de Oriente el nacimiento de Jesús, ellos supieron acerca de la venida de Cristo Jesús a la tierra por medio de una «estrella de Oriente» más poderosa: la omnisciente luz del ojo espiritual, que manifiesta la divina percepción intuitiva del alma y se encuentra al -Este- del cuerpo — en un sutil centro espiritual de Conciencia Crística situado en la frente, entre ambos ojos físicos.
En las escrituras de la India, a la frente del hombre se le llama la parte -oriental- de su cuerpo. Del mismo modo que la dirección de las agujas de la brújula terrestre está dada por los polos magnéticos Norte y Sur, y la rotación de la Tierra sobre su eje hace parecer que el sol sale por el Este y se pone por el Oeste, así también la fisiología del yoga habla simbólicamente del Norte, Sur, Este y Oeste en relación con el microcosmos del cuerpo humano. y son los polos positivo y negativo del eje cerebroespinal. La energía vital y la conciencia son atraídas magnéticamente ya sea hacia arriba, hacia los centros espirituales más elevados situados en el cerebro (Norte), o hacia abajo, hacia los centros espinales inferiores, asociados con la conciencia material (Sur). Este y Oeste se refieren a la orientación de la vida y conciencia del hombre, ya sea hacia el interior (Este), por medio del ojo espiritual intuitivo, hacia la percepción de los sutiles reinos divinos, o hacia el exterior (Oeste), por medio de los sentidos, hacia la interacción con la densa creación material. La «Estrella de Oriente» simboliza, de este modo, el ojo espiritual situado en la frente — el sol de la vida en el cuerpo humano y el portal hacia el reino interior de Dios.
Ezequiel dijo: «Me condujo luego hacia el pórtico que miraba a oriente.  En aquel momento la gloria del Dios de Israel llegaba por la parte de oriente; emitía un ruido como de aguas caudalosas, y la tierra resplandecía de su gloria» (Ezequiel 43:1-2). A través del ojo divino ubicado en la frente (el oriente), el yogui remonta su conciencia hasta la omnipresencia, escuchando la Palabra u Om, el divino sonido de : las vibraciones de luz que constituyen la única realidad de la creación.

Cuando uno se concentra, durante la meditación, en el punto medio del entrecejo, puede contemplar el ojo espiritual: en el centro, una brillante estrella blanca, dentro de una esfera de luz de color azul zafiro, rodeada por un aura resplandeciente de luz dorada.  La luz dorada es la expresión de la esfera vibratoria del Espíritu Santo; la luz azul es la Inteligencia omnipresente de la Conciencia Crítica; y la estrella es la puerta mística que conduce a la Conciencia Cósmica de Dios Padre.

Dijo Jesús: «Si tu ojo es único, todo tu cuerpo estará iluminado».  Todo devoto que, mediante la práctica de la meditación yóguica, aprenda a concentrar la mirada interior en el entrecejo comprobará que la luz que viaja por los nervios ópticos hasta los ojos físicos, en vez de centrarse en ellos, se enfoca en el único y visible ojo espiritual.  Los ojos físicos perciben sólo porciones limitadas del mundo de la relatividad; la visión del ojo espiritual es esférica y permite contemplar la omnipresencia.

Por medio de la meditación profunda, el devoto hace que su conciencia y su fuerza vital penetren a través de la luz tricolor del ojo espiritual hasta alcanzar la manifestación microcósmica de la Trinidad.

Cuando los sabios de Oriente vieron la estrella que les indicaba el nacimiento de Cristo, estaban contemplando, a través de la estrella de la sabiduría de su ojo espiritual, que les brindaba percepción infinita, el lugar donde recientemente la Conciencia Crística se había manifestado en el cuerpo del niño Jesús.

San Juan Crisóstomo (c. 347-407, obispo de Constantinopla, Doctor de la Iglesia, el más grande de los Padres de la Iglesia Griega) escribió en su Sexta Homilía sobre el Evangelio de San Mateo: «Me parece no sólo que no era una estrella más sino que no se trataba de una estrella en absoluto; más bien era, según creo, cierto poder invisible que parecía una estrella»… «Esta estrella no sólo aparecía de noche, sino también durante el día, cuando el sol brillaba en los cielos»… «Si hubiese estado en lo alto de los cielos, difícilmente habría guiado a los viajeros»… «dado que es imposible que una estrella pueda mostrar el sitio donde se halla una cabaña y mucho menos el lugar donde se encontraba el Niño».

En el cuerpo y el rostro de las almas que han alcanzado la realización divina, aparecen señales espirituales; tales señales permanecen ocultas y sólo unos pocos pueden leerlas.  Gracias a estas señales, a los sabios de Oriente les fue posible saber, mediante su visión divina, que habían hallado al Cristo que estaban buscando, al bebé que era uno con el Señor del Universo.  Se arrodillaron ante él y le ofrendaron sus simbólicos presentes.  Estos presentes eran las ofrendas tradicionales que se dan en la India a los recién nacidos;  sin embargo, poseían un significado adicional por el hecho de que los sabios de Oriente se los brindaban a Jesús:  el oro (un tesoro material) le es ofrendado a quien es dador de sabiduría, como símbolo de aprecio por el inmenso valor de la verdad liberadora otorgada por el maestro espiritual; el incienso simboliza la devoción, la fragancia del amor del corazón que se le ofrenda al maestro, el canal por el que fluyen la guía y las bendiciones de Dios; y la mirra le fue ofrecida a Jesús en reconocimiento por las amargas pruebas y el sacrificio que le serían requeridos en el cumplimiento de su misión divina.

En un nivel trascendente de conciencia propio de la comunión de las almas, del cual los demás no podían ser partícipes ni testigos, se produjo un intercambio espiritual relacionado con el destino de Jesús, un destino que significaría un beneficio universal para los seres humanos – porque Jesús estaba destinado a ser uno de los supremos mensajeros de la Verdad enviados por Dios a la tierra.
Paramahansa Yogananda, (La Segunda Venida de Cristo, primera edición en español de la editorial Self-Realization Fellowship: 2011, Volumen I, pg. 67-72)