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Las críticas (extracto del libro “El Amante Cósmico”, de Paramahansa Yogananda)


Cuando recibas críticas, analízate.
 Examina detenidamente las actividades de tu vida. A través de los ojos implacables de tus censores, explórate y critícate. Si realmente encuentras faltas en tí, corrígelas tranquilamente y sigue tu camino. Si no encuentras en tí la falta de la que se te ha acusado, sonríe en tu interior y prosigue tu camino con estoica dignidad. Si quienes te acusan siguen mofándose de tí y exigen una respuesta, contesta con amor, no con enemistad.

Si ocupas una posición en la que otros miran hacia ti en busca de luz, responde o lucha por la verdad con amor en tu corazón, no por tu honor o por miedo a adquirir una mala reputación, sino para defender la gloria y la pureza de la verdad. No permitas que el móvil de tus acciones y palabras sea la victoria, avergonzar a los otros o alimentar tu vanidad, sino que sea tan sólo la verdad. Sin embargo, el amor a la verdad debe estar siempre atemperado por el amor que se orienta a evitar herir a los demás. Difamar a otras personas en nombre de la propagación de la verdad, o en beneficio propio, es signo de egoísmo y de debilidad interior, un deseo de aparentar ser más alto a base de cortarles la cabeza a los demás.

No luches, aun cuando lo hagas por la verdad, si el amor no está presente en tu corazón: el odio no puede conquistar el odio; la maldad no puede ser vencida con la maldad. Si bajo el disfraz de defendar la ·verdad·, sucede que el odio, el ánimo vengativo o un ego desproporcionado precipitan en tu corazón un deseo de combatir a tus detractores, abandona la lucha. Cultiva primero el amor. El amor es tu fortaleza y tu aliado más poderoso: su bálsamo sanará las heridas infligidas por el odio de tus enemigos; además, el amor jamás puede resultar vencido. En su intento de conquistar el odio, incluso la muerte es una victoria del amor para el alma inmortal.

Quienes te odian y te injurian no conocen la verdad. Perdónalos, porque en su ignorancia no saben lo que hacen. Perdona a los demás con el mismo amor y diligencia con que te perdonas a tí mismo sin importar lo que hayas hecho. A los que te critican y te acusan equivocadamente aún a sabiendas y con deliberación, prodígales resueltamente amor. Deja que sean ellos los avergonzados debido al constante regalo del amor que les ofreces a cambio del veneno que ellos volcaron sobre tí. Trata de cambiarlos mediante tu amor incondicional.

Nadie que conozca el amor de Dios puede odiar o expresar maldad hacia ninguno de sus hijos. ¿Cómo vas a odiar o lastimar a tus propios hermanos, aunque estén errados?. Tanto si emanan odio como amor, siguen siendo una parte de ti. Los hermanos que actúan movidos por el odio y la maldad no conocen esa ley. Si respondieras con odio ante su actitud, acabarías ahogándolos en ese desbordamiento de odio. En lugar de eso, muéstrales el faro del amor para que ellos puedan llegar a buen puerto. Que tu amor les haga comprender la ignorancia de sus acciones erradas.

Muéstrales el ejemplo de que tú los amas a pesar de su odio.

Benditos aquellos que reciben críticas por hacer el bien: a quienes viven y mueren comportándose correctamente les corresponde un paraíso de dicha eterna. Pero aflígete por los que, debido a los celos, la enemistad o el interés propio, maldicen y buscan perjudicar el buen nombre de quienes están dedicados a nobles tareas. El sarcasmo, la difamación, la venganza, el prejuicio y la falsedad son flechas envenenadas de maldad que retornarán como un bumerán para infligir una gran herida kármica al alma de quien critica.

La crítica despiadada e injusta provoca falta de armonía y facciones llenas de parcialidad, prejuicios y rebeldía; y cuando está respaldada por quienes se complacen en el chismorreo, se convierte en la crucifixión del prójimo. Pero aunque el chisme, las mentiras y la difamación hieran al criticado, en última instancia hieren más a quien critica. Quien es criticado erróneamente se vuelve más puro que nunca, mientras los pérfidos acusadores resultan condenados a vivir en una prisión, que ellos mismos se han creado, en la que impera la dolorosa ausencia de paz interior. Quienes siembren el error cosecharán el engaño y la desgracia.

El camino divino consiste en juzgarte a ti mismo, no a los demás. A menos que limpies tu propia casa, no tienes derecho a decir a otras personas que sus casas están sucias. Si alguien solicita sinceramente tu opinión, entonces júzgale, pero no con prejuicios ni interés personal, sino con amor imparcial, y bríndale tus amorosas sugerencias. No transijas con las malas acciones ni te limites a sentir lástima del que está equivocado; tampoco fustigues al transgresor con una crítica despiadada; por el contrario, orienta con amor inconmensurable al que se ha apartado del bien. Dí a tu hermano: “Se me parte el corazón al ver el sufrimiento que te han causado tus malas acciones. Corrígelas. Deseo verte bien.” A veces, las palabras que encarnan la verdad pueden ser hirientes y ácidas; en esos casos, cúbrelas con el azúcar del amor y la amabilidad para que puedan ser digeridas con más facilidad por quien ha caído presa de la fiebre del mal.

Pero si tus puntos de vista no son bien recibidos, mantén silencio. Envíale mentalmente a esa persona, que se comporta de modo equivocado, pensamientos constructivos, amor y oraciones -sin exteriorizarlos con palabras habladas- porque eso es también beneficioso y ayudará a despertarla.

El que ha caído no necesita que lo pisoteen; necesita que tus manos amorosas lo levanten. Piensa en las aflicciones de los demás como si fueran las tuyas propias y así sentirás compasión por todos. La crítica cruel es un enemigo despiadado que se deleita con la caída de los demás. El amor es el amigo salvador que se regocija en la felicidad y el bienestar de los otros.

Ofrecer críticas aún cuando se trate de críticas constructivas es arriesgado; pero ser capaz de soportar la crítica es muy beneficios, ya que pone a prueba y refuerza la armadura de la verdad que has de utilizar en la batalla de la vida. 
Quienes te juzgan amorosamente son tus mejores amigos. Aquellos que adulan tus faltas son tus peores enemigos. Ser receptivo a las críticas imparciales equivale a sintonizarse con la ley del progreso; pero sucumbir a la adulación significa envenenar el progreso material y espiritual.

No insistas en los pecados de los demás, y tampoco en los tuyos propios; perdona y olvida el error pasado. No des vida ni forma a tus propios errores ni a los de los demás; tampoco hables de sus faltas, ni escribas jamás sobre ellas o las hagas públicas. No te involucres en rumores o chismes ni los repitas. No contribuyas a prolongar la vida de una falsedad hablando de ella: no añadas una disonancia más al coro de la discordia. Y no extraigas conclusiones personales, ni las formules verbalmente, cuando no estés en condiciones de entender a todas las partes involucradas.

Ocúpate en hacer de tí una persona de bien. Tu ejemplo será un millón de veces más elocuente que las palabras. 
Contrarresta la crítica encarnando humildemente en tu vida los principios de la verdad. Refórmate y deja que otros, mediante la observación de tu ejemplo, se sientan inspirados a reformarse. Eso es lo que se necesita en este mundo: personas que se critiquen a sí mismas, no a las demás.
 Vence el vicio mediante el ejemplo virtuoso; el error, mediante la verdad; el odio, con amor; la ignorancia, con sabiduría; el miedo, con valor; la estrechez mental, con entendimiento; el fanatismo, con amplitud de criterio. Permite que esas virtudes comiencen en tí. Presta atención a la limpieza de tu propia casa, y tal vez, los demás se verán alentados a ocuparse de la limpieza de la suya.

Paramahansa Yogananda, El Amante Cósmico, Self Realization Fellowship